viernes, 4 de febrero de 2011

Alerta ecológica en el Amazonas por dos graves inundaciones en 5 años


Un estudio muestra que la sequía sufrida en la cuenca del Amazonas el verano pasado puede haber sido incluso más dañina que la sequía de 2005.
El equipo de investigadores también calculó el impacto de esta sequía sobre el ciclo de carbono de los bosques.
Durante la sequía de 2005 los bosques amazónicos liberaron unos 5.000 millones de toneladas de CO2, debido a que el clima extremo provocó la muerte de muchos ejemplares. Y durante la sequía de 2010 la cantidad de carbono emitido puede haber sido incluso mayor.
Observar dos eventos de esta magnitud en un periodo de tiempo tan breve es extremadamente inusual, pero por desgracia es un hecho que concuerda con los modelos climáticos que proyectan un futuro oscuro para la Amazonia.
En 2005 a extrema sequía provocó la muerte de muchos árboles. Los estudios de campo demostraron que en esa época extrema los bosques ralentizaron su metabolismo y dejaron de absorber CO2 del aire. Al mismo tiempo, los árboles muertos y en descomposición liberaron carbono.
Los meteorólogos describieron aquella sequía como un evento extremo de los que ocurren una vez cada siglo.
Los científicos creen que, debido al estado de estrés que ha sufrido la selva durante este periodo de falta de lluvias, no va a ser capaz de absorber CO2, tal y como hace habitualmente. Eso ocurrió en 2010 y también pasará en 2011. Además, aseguran que en los próximos años el Amazonas emitirá unos 5.000 millones de toneladas de carbono provenientes de los árboles muertos que entrarán en fase de descomposición.
Este nuevo estudio se añade a un cuerpo de evidencias que sugieren que las sequías severas se harán más frecuentes, acarreando importantes consecuencias para los bosques amazónicos. Si los gases de efecto invernadero contribuyen a las sequías del Amazonas, que a su vez provocan incendios y muerte de árboles que producen CO2, este es un proceso de retroalimentación sumamente preocupante.

Fuentes:
http://www.elmundo.es/elmundo/2011/02/03/ciencia/1296739234.html

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